Por Enrique Krauze, historiador y escritor mexicano.
Fui uno de los muchos mexicanos entusiasmados con el triunfo de Salvador Allende. Representaba para nosotros la posibilidad de un socialismo democrático y libre. No idealizo su gobierno, pero absolutamente nada justificaba el golpe de Estado de Pinochet apoyado por Estados Unidos. En esos años no perdí la esperanza en el temple chileno. En febrero de 1979 visité Santiago y escribí un reportaje crítico sobre las dictaduras sudamericanas tras el cual Vuelta, la revista que lo publicó, fue prohibida en el Cono Sur. Tiempo después, celebré el regreso a la democracia logrado por la vía plebiscitaria. Nunca comulgué con la ortodoxia neoliberal, pero en este siglo valoré el alto mérito de un país que, estando tan lejos de Europa y Estados Unidos, se proyectaba al mundo con la excelencia de sus productos. Sin duda, faltaba mucho por hacer, sobre todo en el ámbito social, pero Chile ponía la pauta.
Hoy Chile vive un tiempo nublado. Me duelen las imágenes violentas, me entristece su polarización política, me indignan las injerencias de gobiernos populistas en su vida pública, me preocupa que se repita la dialéctica perversa entre dictadura y revolución. Pero confío en Chile.
Cualquiera que sea el resultado en las urnas, espero que los chilenos no olviden la tradición republicana que los ha formado. Espero también que recuerden la gran lección del siglo XX: las ideologías redentoras conducen a desastres inmensos. Ojalá valoren el diálogo, la responsabilidad y la mesura sobre los extremismos de cualquier índole. Mucho del destino de las democracias en América Latina está en sus manos.
Fuente: La Tercera